
Recostado al árbol abandono el banco, es la misma madera, pero me gusta mas el techo de hojas que cuchichean presagios en medio de la niebla, y sobre la alfombra de hojas secas, que apenas diagraman secretos en boca quiuza. A veces creo, como ahora, que todo en derredor puede hablarme. Y no quiero aceptar ya que sólo me hablen de ti. Lo aprehensivo de la soledad es que insiste en que te busque, cuando debiera suceder que mas bien te encuentre, si no en un cuerpo denso, que ocupe tiempo y espacio, en palabras olvidadas en algún email que sobrevivió a la papelera de reciclaje. En las rosas ajadas, dueñas del efímero recuerdo de tu mirada enamorada, que se desdibuja con la estela que dejaste al partir. En el colorido paisaje de tu bufanda para los días tristes que sobrevivió a tu olor. En los souvenirs sigilosos de los viajes postergados que pueblan mi mundo, pequeño mundo de batallas constantes libradas contra mi mismo. Y tal vez el golpe inesperado de la ausencia me hace caer en cuenta que la pérdida nos obliga a caminar inevitablemente, andar por mundos desconocidos ya sin miedo. Y a fin de cuentas, me queda esta vida, paciente a veces, otras tantas apresurada, como un tren hambriento, en el que me subo acompañado de conocidos y extraños, donde esgrimimos las etiquetas, malas obras de teatro, y la menguada y sucesiva hora de ignorar al unisono una pegajosa melodía de jazz que nos revela "the love is answer". A veces eres el sol moribundo en las colinas, que salpica de descanso esta destemplada tarde, y mis ojos enceguecidos de tu luz, me impiden dar ese único y vital paso hacia adelante.