A veces uno se amarra
a seres sempiternos que
que marchan al vacío de
su propio destino.
Y la velocidad de esa
belleza efímera enceguece
hasta el último latido.
Sólo nos queda el sabor sordo,
pequeño y conciso de su luz.
Y aún así anhelamos
tocar alguna estrella,
porque el amor y el dolor
sostienen la brevedad
de este delirio.